LUCES. El cuarto es amplio, tan ancho como largo. Una cama king al centro. Frente a ella un buró largo con su respectiva silla y un espejo sobre la misma pared. Un teléfono verde aguacate sobre el buró. Otro espejo sobre la cama, atornillado al techo. Ventanales con cortinas de seda rosa alrededor. Las paredes, de color naranja, se tiñen carmesí gracias en parte a la moribunda luz del Sol y a las luces que cuelgan de las paredes. Hay un diván rojo, largo. Encima un bolso negro grande.

Del baño entra CÁNDIDA, de treinta y siete años de edad, tez morena, pelo negro carbón: alta, guapa, voluptuosa. Lleva un corsé de cuero negro, una falda de cuero y botas largas hasta la rodilla, de cuero también. Se está secando las manos. Se sienta al pie de la cama y se observa en el espejo. Se acomoda el busto. Se levanta y camina por el cuarto, ve por la ventana. Se sienta en el diván. Pausa.

Levanta su bolso y hurga en él. Saca su celular; marca.

Cándida

¿Aló? ¿Marissa? Hola, mi cielo. Bien, todavía trabajando. ¿Tú? ¿Ajá? ¿Y te quedó muy bonito?

Ríe.

Qué bien amor. Oye, ¿tu hermano? A ver, pásamelo.

Se ve en el espejo.

Hola, chaparro, ¿qué tanto has estado haciendo? ¿Sí? ¿Y te has portado bien? Al rato bebé. Sí, corazón. No, solo quería ver que tal estaban.

Suena el teléfono aguacate.

Ya me tengo que ir, precioso. Sí, sí. Okay. Los veo al rato. Dile a tu hermana que la amo. Yo a ti, te amo. Besos, corazón.

Cuelga y contesta el teléfono aguacate.

¿Bueno? Sí, está bien; que suba. Gracias.

Cuelga el teléfono. Se ve nuevamente frente al espejo. Pausa. Saca un maquillador de su bolso y se retoca. Alguien toca en la puerta. Cándida abre.

¿Reinaldo?

Reinaldo (fuera)

¿Victoria?

Cándida

Sí, cariño. Pásate.

Entra REINALDO, de 47 años de edad: tez blanca, galán, canoso, delgado, elegante. Carga un maletín negro y viste traje de oficina.

Cándida

Solo voy a silenciar mi celular, cariño, ¿está bien? No queremos que nos molesten, ¿verdad?

Reinaldo

Verdad.

Cándida va a su bolso y apaga su celular. REINALDO se le acerca y le presenta un fajo de billetes.

Reinaldo (tímido)

Mejor de una vez.

Cándida

Gracias, cariño.

Cándida guarda el dinero y saca unos guantes sin dedos del bolso, se los pone lentamente.

Reinaldo

Si se puede… me gustaría empezar ya.

Pausa.

Cándida

Siéntate en la cama. Ya.

Reinaldo

Sí, señora.

Cándida

¿Quién te dijo que podías hablar? Tú no hablas salvo te lo pida, perro. ¿Entendiste?

Reinaldo asiente, sonriendo.

Cándida lo voltea a ver. Voltea hacia su bolso, respira. Saca unas esposas. Reinaldo suspira emocionado. Cándida lo voltea a ver.

Cándida

No sonrías.

Reinaldo deja de sonreír, sus ojos abiertos, llenos de expectativa. Cándida saca un látigo de su bolso, lo desliza entre sus dedos. Pausa.

Reinaldo

¿Estás lista?

Cándida

¿Qué te dije, perro? ¿Quién dijo que podías hablar?

Reinaldo saca una navaja de su bolso.

Reinaldo (sonriendo)

Nadie…

OSCURO.


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