Salada. Sabe salada, y el aroma de roble quemado relaja a un cuerpo tensado. Gotas de sal que caen y explotan entre gemidos. Lenguas como anguilas que bailan apretaditas. Y la seda. La seda al tacto jarioso.

Su bélica palma hace eco mientras hace arder mi rostro cuya boca dice, “Más fuerte.” Risa, gemido y furia: corceles destatados que galopan libres y salvajes sobre mí, sobre ella, y ella sobre mi conmigo sobre ella. Carrusel a ras de piso, girando sobre frío, abrazando caliente; jadientes. Rasguño prolongado y su firma sobre mi espalda. Cálido escurrir, ardor sobre ardor, y la presión de su territorial mano que aprieta contra la herida… No sé si quiere detener el sangrado o regodearse en él, pintarse de mí, y drenarme antes de drenarme.

Un jalón, y el cuero cabelludo despierta, y mis manos la giran en su lugar. Intercambio de poder. Dominación. Espíritu canino. Y golpe tras golpe tras golpe. Y vocal tras vocal tras vocal. Fuerte palpitar. Fortísimo. Y suEspalda cual arco acercándola a mí, su cuello y mi respirar. Y los cachetes. Y el abrazo. Y los labios que se pierden en los labios para encontrarse en ellos otra vez. Y aprieto, y aprieta. Inhalar, exhalar, inhalar, exhalar, inhalar, exhalar. Amar en el mirar. Y el tiempo se comprime, el cuerpo se contrae, y dos vocales alargaaaaaaaaadas. La muerte es eterna, y aquí se llega a ella en 11 segundos.

Silencio. Agotamiento. Aire que llena mis pulmones exhaustados. Y afuera canta un ruiseñor. Suena amarillo, joven; lleno de esperanza. Pesados los párpados. Oscuro. Tiempo. Tiempo. Tiempo. Abrir, y sigue siendo el mismo día. El peso de su belleza sobre mi pecho. El olor a roble intencionalmente prendido y no tan recién apagado no se ha disipado, pero a tal cercanía, solo jazmín. Nos vemos. Mi rostro pinta una sonrisa. No… La pintora es ella. Y así, sin una sola palabra pronunciada, otra vez.


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